axis
Fair Use Notice
  Axis Mission
 About us
  Letters/Articles to Editor
Article Submissions
RSS Feed


El dios americano de las palabras / Il dio americano delle parole (Español, Italiano, Français) Printer friendly page Print This
By Manuel Talens
Rebelión-Axis of Logic; translations by the author (Sp) and Davide Bocchi (It) and Maria Poumier (Fr)
Wednesday, Jan 18, 2006

(Per favore il rotolo giù di leggere quest'articolo in italiano)
 
(S'il vous plaît trouver la traduction française de cet essai au fond de cette page.)
 
Axis of Logic

El periódico electrónico Axis of Logic publicó ayer este ensayo junto con el siguiente comentario editorial:

El pasado octubre tuve el privilegio de dirigirme a los ciudadanos de la hermosa ciudad venezolana de La Victoria (que tiene una población de 130 000 habitantes, a una hora de distancia al oeste de Caracas). El título de mi conferencia en dos partes fue El imperio corporativo global y el sueño americano. Durante la charla, corregí a quienes se refirieron a Estados Unidos como “América” y a quienes me llamaron “americano” . ¡Les recordé que Estados Unidos no es en absoluto un país “americano”! Al contrario, expliqué, Estados Unidos no es más o menos que una gran y poderosa colonia europea localizada en “las Américas”. Luego, señalé con el dedo la tierra bajo la tarima sobre la que hablaba y declaré, “¡Esto es América! ¡Ahora mismo estamos en América!” En este ensayo, Manuel Talens explica y aclara el uso y el mal uso que les damos a los nombres y su importancia. Es digno de una lectura cuidadosa. Su ensayo me recuerda un verso en la estrofa inicial de l Tao te ' Ching : “El nombre que puede pronunciarse no es el nombre constante”.
Les Blough, Editor

 
«En el principio existía aquel que es la Palabra y aquel que es la Palabra estaba con Dios y era Dios». Así, de una manera tan semiótica, arranca el evangelio de San Juan. Los otros tres, de Mateo, Marcos y Lucas, son menos imaginativos y, por eso, la exégesis suele atribuirles un valor literario inferior cuando los compara con la obra maestra del autor del Apocalipsis. Juan, que era un hombre culto y un magnífico novelista avant la lettre, no dudó en afirmar que el ser comienza con la palabra. Dicho de otra manera, sin palabra nada existe, pues cualquier ente real o de ficción, cualquier objeto o cualquier idea, necesitan ser nombrados para poder atravesar ese espacio que llamamos vida.
Pero los nombres no se deben al azar y pertenecen a la categoría de los códigos inconscientes, como bien han señalado los psicoanalistas de estirpe lacaniana, tan devotos del significado oculto del lenguaje. Uno de ellos, Aldo Naouri, cuenta en su libro de divulgación Madres e hijas el caso de un joven parisino que se fue dando un portazo de la fábrica que iba a heredar, porque no soportaba la manera en que su padre -un racista convencido- trataba al personal magrebí. Más tarde, el joven tuvo una hija, cuyo nombre, Houria, plasmaba a la perfección dicha ruptura con el pasado: Houria, en lengua árabe, significa «independencia». Otro caso, mucho más simpático, era el de una mujer que padeció toda su vida de resfriados. Como por casualidad, llamó a su hijo Geffroy, que en francés significa fonéticamente «tengo frío».

Y ahora, sentadas las premisas de mi exposición, me centraré en el nombre de un país que recientemente fue objeto de enconados debates en los intercambios internéticos del foro plurinacional de traducción al que pertenezco. El nombre no es otro que The United States of America, alias America. Sí, los ciudadanos de Estados Unidos llaman América a su propio país y, en consecuencia, se autodenominan «americanos». Sin embargo, América es todo un continente, con más de treinta países, grandes y pequeños, que podrían reclamar con el mismo derecho llamarse así. Nos encontramos, por lo tanto, ante un caso flagrante de apropiación indebida y unilateral de un nombre común, algo que en clave retórica podríamos calificar de sinécdoque o metonimia, es decir, el trasvase de significado desde un término que designa un todo hasta una sola de sus partes.

Consciente del disparate, un argentino llamado Emilio Stevanovich -el intérprete más joven que ha tenido la ONU-, acuñó durante la guerra fría la denominación de Estados Unidos de Norteamérica, pero tuvo poco éxito, pues conduce a una nueva metonimia igual de ilícita: la del gentilicio «norteamericano». Basta con echar un vistazo a cualquier atlas para ver que en América del Norte, además de Estados Unidos, también «existen» Canadá y México, asimismo norteamericanos.

Recientemente he visto la última película de Jean-Luc Godard, Éloge de l’amour, un lúcido y despiadado ejercicio sobre la memoria, y en ella el director deja bien claro que Estados Unidos ha robado el nombre que utiliza. En la escena que a mí más me impresionó vemos a un abogado hollywoodense adquiriendo los derechos cinematográficos de los avatares durante la Resistencia francesa de un viejo matrimonio de judíos. Lee el contrato en inglés y un intérprete traduce para la familia. En un momento dado, cuando dice que los compradores son americanos, la nieta del matrimonio -militante contra la globalización neoliberal- lo interrumpe: «¿Qué americanos?», pregunta. «De Estados Unidos», responde sorprendido el otro. «Pero los brasileños son también Estados Unidos», replica la joven. «De los Estados Unidos del Norte», continúa el abogado. «Los mexicanos también están en el norte y son Estados Unidos. Lo que pasa es que ustedes no tienen nombre, ni memoria.» Poco después, en un contrapunto extraordinario, aprendemos que el matrimonio, cuyo apellido original era Samuel, ha conservado hasta la fecha el que utilizaban en tiempos de la Resistencia, Baillard, porque ellos sí tienen nombre, y no lo quieren olvidar.

Por supuesto, los causantes de la metonimia America ni siquiera se plantean el trastorno que causa su impostura, pero en los aledaños del imperio se ha intentado remediar este escollo semántico. Los términos «yanqui» o «gringo» hubieran servido, pero son despectivos, como también lo es el malévolo «usano» -de USA, pero peligrosamente limítrofe con gusano- sugerido por el periodista español Julio Camba.

Por fin, apareció la designación «estadounidense» (los mexicanos lo escriben “estadunidense” y los franceses han comenzado tímidamente a utilizar étasunien), que parece más neutral, pero el arreglo dista de ser perfecto, ya que el nombre oficial de la antigua Nueva España es Estados Unidos Mexicanos y, al menos en teoría, los nietos de Cuauhtemoc son también -y con toda la razón- estadunidenses.

Las complicaciones no terminan aquí, pues no solamente los ciudadanos de Estados Unidos carecen de nombre -lo cual ya es grave-, sino que el binomio «Estados Unidos» tampoco es un nombre en sentido estricto. En general, los países suelen tener un apelativo claramente identificable -Australia, Gabón o Venezuela, por citar tres al azar- y nadie utiliza circunlocuciones extrañas a la hora de nombrarlos, pues una cosa es que existan la República Francesa o el Reino de Marruecos y otra muy distinta que nos refiramos a ellos así, salvo en documentos legales. En cambio, un nombre tan absurdo como Estados Unidos de América ha necesitado la creación de abreviaturas. En inglés la sigla es USA. ¿Y en nuestra lengua? La discusión en el foro al que me refería antes empezó cuando se intentó unificar la grafía castellana de la abreviatura de marras, con vistas a establecer los criterios editoriales de una revista electrónica que hemos empezado a publicar. Fue entonces cuando nos dimos cuenta del galimatías en que se ha enredado la cuestión, pues, en España, el libro de estilo de El País recomienda EE UU -separado y sin puntos-, El Mundo opta por EEUU -junto y sin puntos-, el Abc y La Vanguardia se ciñen al académico EE.UU. -junto y con puntos- y el Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española de Manuel Seco escribe EE. UU. -separado y con puntos-, mientras que el Manual de español urgente de la Agencia EFE prefiere EUA (Estados Unidos de América) y una rápida visita a la Red permite ver que, por ejemplo, el periódico mexicano La Reforma utiliza EU y El Mercurio chileno indistintamente EEUU o EE.UU. Elegir, en tales condiciones, equivale a una lotería.

Una última posibilidad, que recientemente me ha sugerido un compañero, sería renunciar por completo a traducir la sigla inglesa del país y derivar de ésta el nombre de sus habitantes, que pasarían a ser «usamericanos», es decir, americanos de USA. Eso acabaría de una vez por todas con la metonimia original y con las discordancias citadas más arriba.

Está claro que a estas alturas de la historia, y dado el peso político planetario de Estados Unidos, nos enfrentamos a un problema insoluble, susceptible de análisis pero carente de remedio. Es irrebatible que tantas discrepancias sugieren, como poco, una relación conflictiva de todos nosotros, los periféricos, con esa nación que desde principios del siglo XX se arrogó el papel de gendarme del universo.

Pero volvamos a Lacan, para quien nada en las palabras es casual: si fuese cierto que somos lo que nos dicta el nombre o el apellido que llevamos, algunos patronímicos muy cargados de sentido imprimirían carácter a su portador. Veamos un ejemplo: Fidel Castro permanece «fiel» a unos postulados que le bloquean en gran medida la posibilidad de desviacionismo; su apellido, del latín castrum («campamento», origen del término castellano «castrense»), me recuerda los tiempos del bachillerato, cuando traducíamos en clase largos fragmentos de La guerra de las Galias, de Julio César. Supongo que alguien habrá señalado ya estos detalles del líder cubano, que me parecen de una evidencia cristalina: tengo para mí que estaba predestinado a ser un inflexible soldado y que sus estudios iniciales de abogacía fueron solamente un desvío fugaz.

Veamos un segundo ejemplo, éste graciosísimo: Jacques Chirac, el actual Presidente francés, instaló un circuito de retretes para alivio de paseantes en las calles de París cuando fue alcalde de dicha ciudad. Eran bastante lujosos y se accedía a ellos a cambio de unas monedas. Quién sabe si, muy a su pesar, cumplió inconscientemente con el destino de su apellido -o al menos los franceses lo entendieron así-, pues en lenguaje vulgar las dos sílabas de Chirac complementan lo escatológico (del verbo chier, cagar) y lo económico (del verbo raquer, pagar), de tal manera que a los pocos días de inaugurar los retretes corría por toda Francia el siguiente eslogan humorístico, nacido en la calle: avec Chirac, tu chies et tu raques, es decir, «con Chirac, cagas y pagas».

No es nada extraño tropezarse con ingenieros de caminos que se llaman Puente, con policías Alguacil o con dermatólogos Pellejero, y así hasta el infinito. Todos ellos -siempre según Lacan- eligieron la profesión que les dictó el apellido. De la misma manera, el país America (es decir, su maquinaria política, no sus habitantes, a pesar de que la contaminación existe) incluye en el ADN de sus cromosomas estatales la esencia del depredador que luego ha sido, pues ya en 1787 inició su andadura expoliando un nombre colectivo y, después, ha impuesto el lenguaje mercantilista de su industria del espectáculo y de sus multinacionales, tanto por las buenas como por las malas.

Quién le iba a decir a San Juan que el dios de ficción de su evangelio, aquel cuya metáfora era la Palabra, cobraría vida muchos siglos después, adoptaría el nombre del continente en que está situado y, desde el despacho «oval» de una casa pintada de blanco -símil embrionario del huevo fundador-, crearía un nuevo orden mundial -imitando así el primer versículo del Génesis: «En el principio Dios creó los cielos y la tierra»- y lo pondría a su servicio a través del control de las telecomunicaciones y la propaganda, es decir, de las palabras.
 
Manuel Talens es escritor español.

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=25466



Este artículo apareció en traducción inglesa del autor, revisada por Nancy Almendras, en la edición del 12 de enero de 2006 del periódico electrónico Axis of Logic. Nancy Almendras y Manuel Talens son miembros de Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística (transtlaxcala@yahoo.com).


Il dio americano delle parole


Manuel Talens

 

Il periodico elettronico Axis of Logic ha pubblicato ieri questo saggio insieme al seguente commento editoriale:

 

Lo scorso ottobre ebbi il privilegio di rivolgermi ai cittadini della bella città venezuelana di La Victoria (che ha una popolazione di 130.000 abitanti, un’ora di distanza, a ovest, da Caracas). Il títolo della mia conferenza in due parti era El imperio corporativo global y el sueño americano (L’impero corporativo globale ed il sogno americano). Durante il dibattito, corressi coloro che si riferivano agli Stati Uniti col nome “America” ed a coloro che mi chiamavano “americano”. E ricordai loro che gli Stati Uniti non sono per niente un paese “americano”! Al contrario, spiegai, gli Stati Uniti non sono né più né meno che una grande e potente colonia europea localizzata “nelle Americhe”. Quindi segnalai col dito la terra sotto la pedana dalla quale parlavo e dichiarai “Questa è l’America! Proprio adesso siamo in America!” In questo saggio, Manuel Talens spiega e chiarisce l’utilizzo ed il cattivo utilizzo che facciamo dei nomi e la loro importanza. E’ degno di un’attenta lettura. Il suo saggio mi ricorda un verso nella strofa iniziale del Tao te ' Ching : “Il nome che si può  pronunciare non è l’eterno nome”.

 

Les Blough, Editor

 

« In principio era il Verbo, e il Verbo era presso Dio, e il Verbo era Dio ». Così, in una maniera tanto semiotica, comincia il vangelo di San Giovanni. Gli altri tre, quelli di Matteo, Marco e Luca, sono meno immaginativi e, per questo, l’esegesi è solita attribuire loro un valore letterario inferiore quando li compara con l’opera maestra dell’autore dell’Apocalisse. Giovanni, che era un uomo colto ed un magnifico novellista avant la lettre, non ebbe dubbi nell’affermare che l’essere comincia con la Parola. Per dirla diversamente, niente esiste senza parola, perché tutto, che sia reale o fittizio, qualsiasi oggetto e qualsiasi idea, ha bisogno di essere nominato per potere attraversare questo spazio che chiamiamo vita.

 

Però i nomi non si devono al caso, bensì appartengono alla categoria dei codici incoscienti, come bene segnalarono gli psicoanalisti di stirpe lacaniana, tanto devoti al significato occulto del linguaggio. Uno di loro, Aldo Naouri, racconta nel suo libro divulgativo Le figlie e le loro madri il caso di un giovane parigino che se ne andò sbattendo la porta dalla fabbrica che avrebbe ereditato, perché non sopportava il modo in cui suo padre -un convinto razzista- trattava il personale maghrebino. Più tardi, il giovane ebbe una figlia, il cui nome, Houria, plasmava perfettamente questa rottura con il passato: Houria, in lingua araba, significa “indipendenza”. Un altro caso, molto più simpatico, era quello della donna che sofferse tutta la vita di raffreddore. Casualmente, chiamò suo figlio Geffroy, che in francese significa foneticamente «ho freddo».

 

E adesso, gettate le premesse della mia esposizione, mi concentrerò sul nome di un paese che recentemente è stato oggetto di infiammati dibattiti negli scambi telematici del foro internazionale di traduzione al quale appartengo. Il nome non è altro che Stati Uniti d’America, alias America. Sì, i cittadini degli Stati Uniti chiamano America il proprio paese e, di conseguenza, si autodefiniscono "americani". Tuttavia, l'America è un unico continente, con più di trenta paesi, grandi e piccoli, che potrebbero reclamare con lo stesso diritto di chiamarsi così. Ci troviamo, pertanto, davanti ad un caso flagrante di appropriazione indebita ed unilaterale di un nome comune, qualcosa che in chiave retorica potremmo qualificare sineddoche o metonimia, cioè, la translazione di significato da un termine che designa un tutto ad un altro che indica una parte di questo tutto.

 

Cosciente dello sproposito, un argentino chiamato Emilio Stevanovich - l'interprete più giovane che ha avuto l'ONU -, coniò durante la guerra fredda la denominazione Nordamerica per gli Stati Uniti, ma ebbe poco successo, perché conduce ad una nuova metonimia ugualmente illecita: quella del gentilizio "nordamericano". Basta dare un'occhiata a qualunque atlante per vedere che in America del Nord, oltre agli Stati Uniti, "esistono" anche Canada e Messico, ugualmente nordamericani.

 

Recentemente ho visto l'ultimo film di Jean-Luc Godard, Éloge de l'amour, un lucido e spietato esercizio di memoria, in cui il regista mette bene in chiaro come gli Stati Uniti abbiano rubato il nome che utilizzano. Nella scena che più mi ha impressionato vediamo un avvocato hollywoodiano che acquisisce i diritti cinematografici delle vicende, durante la Resistenza francese, di una coppia di anziani ebrei. Legge il contratto in inglese ed un interprete traduce per la famiglia. Ad un certo momento, quando dice che i compratori sono americani, la nipote della coppia - militante contro la globalizzazione neoliberale – lo interrompe: « Che americani? », domanda. « Degli Stati Uniti », risponde sorpreso l'altro. « Ma anche quelli brasiliani sono Stati Uniti », replica la giovane. « Degli Stati Uniti del Nord », continua l'avvocato. « Anche quelli messicani stanno nel nord e sono Stati Uniti. Il fatto è che voi non avete nome, né memoria. » Poco dopo, in un contrappunto straordinario, apprendiamo che la coppia, il cui cognome originario era Samuel, ha conservato fino ad allora quello che utilizzavano nei tempi della Resistenza, Baillard, perché loro si che hanno un nome, e non lo vogliono dimenticare.

 

Ovviamente, i colpevoli della metonimia America non considerano neanche la confusione che causa la loro impostura, ma nei dintorni dell'impero si è cercato di superare questo scoglio semantico. I termini "yankee" o "gringo" sarebbero serviti allo scopo, ma sono dispregiativi, così come lo è il malevolo "usano" (degli Usa, ma pericolosamente simile a gusano -verme in lingua spagnola, n.d.t.-),  suggerito dal giornalista spagnolo Julio Camba.

 

Finalmente, apparve la definizione "statunitense" (i messicani lo scrivono "estadunidense" -in lingua spagnola esattamente si dice “estadounidense”, n.d.t.- ed i francesi hanno cominciato timidamente ad utilizzare étasunien), che sembra più neutrale, ma la soluzione è lontana dall’essere perfetta, poiché il nome ufficiale dell'antica Nuova Spagna è Stati Uniti Messicani e, almeno in teoria, i nipoti di Cuauhtemoc sono anche - e con tutta la ragione - statunitensi.

 

Le complicazioni non finiscono qui, perché non solamente i cittadini degli Stati Uniti non hanno nome – il che già è grave -, ma neanche il binomio "Stati Uniti"  è un nome in senso stretto. In generale, i paesi normalmente hanno un appellativo chiaramente identificabile - Australia, Gabon o Venezuela, per citarne tre a caso - e nessuno utilizza circonlocuzioni strane al momento di nominarli, perché una cosa è che esistano la Repubblica Francese o il Regno del Marocco ed un'altra molto distinta è che ci riferiamo così ad essi, salvo che nei documenti legali. Invece, un nome tanto assurdo come Stati Uniti d'America ha portato la necessità di creare abbreviazioni. In inglese la sigla è Usa. E nella nostra lingua (qui si discute della lingua spagnola, dove Stati Uniti d’America è Estados Unidos de America, n.d.t.) ? La discussione nel foro al quale mi riferivo prima cominciò quando si stava cercando di unificare la grafia spagnola dell'abbreviazione, in vista di stabilire i criteri editoriali di una rivista elettronica che già abbiamo cominciato a pubblicare. Fu allora che ci rendemmo conto di quanto fosse ingarbugliata la questione, poiché in Spagna nel Libro de estilo de El País si raccomanda l’uso di EE UU - separato e senza punti -, El Mundo opta per EEUU - attaccato e senza punti -, Abc e La Vanguardia si adattano all'accademico EE.UU. - attaccato e con i punti - ed il Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española di Manuel Asciugo scrive EE. UU. -separato e con i punti -, mentre il Manual de español urgente dell'Agenzia EFE preferisce EUA (Estados Unidos de América) ed una rapida visita in rete permette di vedere che, per esempio, il giornale messicano La Reforma utilizza EU ed il cileno El Mercurio indistintamente EEUU o EE.UU. Scegliere, in tali condizioni, equivale ad una lotteria.

 

Un'ultima possibilità che recentemente mi ha suggerito un compagno, sarebbe quella di rinunciare completamente a tradurre la sigla inglese del paese e derivare da questa il nome dei suoi abitanti che passerebbero ad essere "usamericani", cioè americani degli Usa. Ciò annullerebbe una volta per tutte la metonimia originale e le discordanze citate qui sopra.  

 

È chiaro che a questo punto della storia, e dato il peso politico planetario degli Stati Uniti, ci troviamo davanti ad un problema insolubile, suscettibile di analisi ma carente di rimedio. È inconfutabile il fatto che così tante discrepanze suggeriscono, a dir poco, una relazione conflittuale tra tutti noi, delle periferie, e quella nazione che dai principi del secolo XX si è arrogata il ruolo di gendarme dell'universo.

 

Ma torniamo a Lacan, per il quale niente nelle parole è casuale: se fosse certo che siamo quello che ci detta il nome od il cognome che portiamo, alcuni patronimici molto carichi di senso imprimerebbero carattere al suo portatore. Vediamo un esempio:  Fidel Castro rimane "fedele" ad alcuni postulati che gli bloccano in larga misura la possibilità di deviazionismo; il suo cognome, dal latino castrum ("accampamento", origine del termine spagnolo "castrense"), mi ricorda i tempi del liceo, quando traducevamo in classe lunghi frammenti del De Bello Gallico di Giulio Cesare. Suppongo che qualcuno avrà già segnalato questi dettagli del leader cubano, che mi sembrano di un'evidenza cristallina: è mia opinione che fosse predestinato ad essere un inflessibile soldato e che i suoi studi iniziali di avvocatura fossero solamente una deviazione fugace.

 

Vediamo un secondo esempio, questo spiritoso:  Jacques Chirac, l'attuale Presidente francese, ha creato un circuito di ritirate per il sollievo dei passanti nelle strade di Parigi quando era sindaco di questa città. Erano abbastanza lussuose e vi si accedeva in cambio di alcune monete. Chissà se, a suo malgrado, compì inconsciamente il destino del suo cognome – o almeno così lo compresero i francesi -, perché in linguaggio volgare le due sillabe di Chirac rappresentano la parte escatologica (dal verbo chier, cagare), e parte cosa economica (dal verbo raquer), pagare, di modo che pochi giorni dopo l’inaugurazione delle ritirate ricorreva per tutta la Francia il seguente slogan umoristico, nato per strada: avec Chirac, tu chies et tu raques, cioè, "con Chirac, caghi e paghi."

 

Non c’è niente di strano nell’imbattersi in ingegneri civili che si chiamano Ponte, in poliziotti Sceriffo od in dermatologi Pellettiero, e così fino all'infinito. Tutti essi - sempre secondo Lacan - scelsero la professione che gli dettò il cognome. Allo stesso modo, il paese America (cioè, il suo macchinario politico, non i suoi abitanti, anche se c’è contaminazione), include nel DNA dei suoi cromosomi statali l'essenza del predatore che sarebbe stato, perché già nel 1787 iniziò la sua andatura depredando un nome collettivo e dopo ha imposto il linguaggio mercantilista della sua industria dello spettacolo e delle sue multinazionali, tanto per le buone come per le cattive.

 

Chi avrebbe detto a San Giovanni che il dio di finzione del suo vangelo, quello la cui metafora era la Parola, avrebbe preso vita dopo molti secoli, avrebbe adottato il nome del continente in cui è situato e, dall'ufficio "ovale" di una casa dipinta di bianco - similitudine embrionale dell'uovo fondatore -, avrebbe creato un nuovo ordine mondiale - imitando così il primo versetto della Genesi:  "In principio Dio creò il cielo e la terra" - e lo avrebbe messo al suo servizio attraverso il controllo delle telecomunicazioni e la propaganda, cioè, delle parole.

 

Manuel Talens è uno scrittore spagnolo.

 

Questo articolo è apparso nella traduzione inglese dell'autore, revisionata da Nancy Almendras, nell'edizione del 12 gennaio 2006 del giornale elettronico Axis of Logic (www.axisoflogic.com/artman/publish/article_20613.shtml).

 

Traduzione italiana di Davide Bocchi. Manuel Talens, Nancy Almendras e Davide Bocchi sono membri di Tlaxcala, la rete di traduttori per la diversità linguistica (transtlaxcala@yahoo.com).

 


Le dieu des mots américain

Manuel Talens

(La traduction de l'anglais à français par Marie Poumier)

J’ai eu le privilPge, au mois d’octobre dernier, de m’adresser aux habitants de La Victoria (130 000 habitants, B une heure de distance, B l’ouest de Caracas). LB, j’ai eu l’occasion de corriger des interlocuteurs qui parlaient des États-Unis comme « l’Amérique », et me traitaient d’Américain. J’ai df leur rappeler que les États-Unis sont plutôt une colonie européenne, certes grande et puissante, située aux Amériques. Et j’ai pointé du doigt le sol sur lequel reposait l’estrade oj je parlais ; l’Amérique, c’est ici mLme ! Manuel Talens explique ici le bon usage des mots, et cela me rappelle la strophe initiale du Tao te King : « Le nom qui peut Ltre prononcé n’est pas le nom constant ».

- Les Blough, éditeur, du
magazine électronique,
Axis of Logic


« Au début était le Verbe, et le Verbe était avec Dieu, et le Verbe était Dieu ». C’est sur ce mode tout sémiotique que débute l’Évangile selon saint Jean. Les trois autres, Mathieu, Luc et Marc sont moins imaginatifs, et c’est la raison pour laquelle l’exégPse leur attribue une valeur littéraire inférieure par rapport au chef d’Éuvre de Jean, l’auteur de L’Apocalypse. Jean, qui était un homme cultivé et un excellent romancier avant la lettre, n’a pas hésité B affirmer que l’Ltre commence avec le mot. En d’autres termes, sans les mots, rien n’existe, car tant réel que fictionnel, tout objet comme tout concept doit Ltre nommé pour commencer B traverser cet espace que nous appelons la vie. Mais les noms ne naissent pas du hasard, ils appartiennent B la catégorie des codes inconscients, comme l’ont signalé les psychanalystes lacaniens, dévots du sens caché de la langue. L’un d’entre eux , Aldo Naouri, raconte dans son livre de divulgation MPres et filles le cas d’un jeune parisien qui quitta en claquant la porte l’usine dont il allait hériter de son pPre parce qu’il ne supportait pas la façon dont son pPre, un raciste convaincu, traitait le personnel maghrébin. Plus tard, le jeune homme eut une fille, dont le prénom « Houryia » déclarait B la perfection sa rupture avec le passé : Houriya signifie en arabe « indépendance ». Et voici, pour compléter, une blague, l’histoire de cette dame qui avait souffert toute sa vie de rhume ; et qui appela son fils Geoffroy, comme par hasard…

Voici maintenant les éléments du débat acharné que nous avons eu, entre traducteurs plurinationaux du groupe auquel j’appartiens, sur le nom d’un certain pays, les États-Unis d’Amérique, alias, l’Amérique. Oui, les citoyens de ce pays appellent Amérique leur pays, et se qualifient d’Américains, alors qu’il s’agit d’un continent qui contient plus de trente pays, grands et petits, dont chacun pourrait réclamer le mLme nom. Il s’agit donc d’un cas d’appropriation indue et unilatérale d’un nom collectif, ce qu’en rhétorique on appelle synecdoque ou métonymie, la désignation de la partie par le tout.

Conscient de cet abus de langage, le plus jeune interprPte de l’ONU, un Argentin du nom d’Emilio Stefanovich, implanta B l’époque de la guerre froide la dénomination d’Etats-Unis d’Amérique du Nord, mais sans grand succPs, car la nouvelle métonymie n’est pas plus licite : en effet, l’Amérique du Nord comporte également le Canada et le Mexique, comme on peut le constater sur n’importe quel atlas.

J’ai vu récemment le dernier film de Jean-Luc Godard, Éloge de l’amour, exercice lucide et impitoyable sur la mémoire ; le metteur en scPne y fait état du larcin nominal opéré par les États-Unis. Dans la scPne qui m’a le plus impressionné, nous voyons un avocat d’Hollywood acquérir les droits cinématographiques sur le récit des avatars d’un vieux couple juif durant la Résistance. Il lit le contrat en anglais, et un interprPte le traduit B leur fille. A un moment donné, lorsqu’il est mentionné que les acheteurs sont Américains, la petite-fille, militante contre la globalisation néo-libérale, l’interrompt : « comment ça, Américains ? » Oui, des États-Unis, répond l’autre surpris. Mais les Brésiliens aussi sont des États-Unis, reprend la jeune fille. « Des États-Unis du nord, reprend l’avocat. « Mais les Mexicains aussi sont au nord, et sont des États-Unis. Votre problPme, c’est que vous n’avez ni nom ni mémoire ». Peu aprPs, dans un contrepoint extraordinaire, nous apprenons que le couple, dont le nom d’origine était Samuel, a gardé jusqu’B ce jour celui qu’ils utilisaient B l’époque de la résistance, Baillard, parce qu’ils ont, eux, un nom, celui du chevalier Bayard, sans peur et sans reproche, et n’ont pas envie de l’oublier.

Bien entendu, les fauteurs de la métonymie Amérique ne se demandent mLme pas si leur imposture fait des dégâts, mais sur le pourtour de l’empire, il y a eu des efforts pour venir B bout de cet écueil sémantique. Les termes « yankee » ou « gringo » auraient pu faire l’affaire, mais ils sont péjoratifs, comme Usien, ou « Usano », que suggPre le journaliste espagnol Julio Camba, qui résonne comme « gusano », en espagnol, c’est-B-dire ver de terre.

Enfin est apparue la désignation « étatsunien », qui semble plus neutre, mais ce n’est pas une solution, dans la mesure oj le nom officiel de l’ancienne Nouvelle-Espagne est Etats-Unis Mexicains, ce qui fait donc, au moins en théorie des descendants de Cuauhtémoc (le premier résistant B la colonisation européenne) des étatsuniens de plein droit aussi.

Non seulement les citoyens des États-Unis se trouvent donc en manque de nom, ce qui est grave, mais le binôme États-Unis ne constitue mLme pas un nom au sens strict. En général, les pays ont un nom qui les distingue clairement, Australie, Gabon, Venezuela, par exemple, et personne n’utilise de circonlocutions bizarres pour les nommer ; mais il y a plus : la République Française ou le Royaume du Maroc figurent comme tels sur leurs documents légaux, mais nous n’avons nul besoin de nous y référer en ces termes. Au contrarie, l’absurdité de ces États-Unis d’Amérique a exigé l’apparition d’abréviations. En anglais, c’est USA ; en Espagne, certains recommandent EE.UU, d’autres EE UU, et d’autres encore EEUU ; enfin l’agence EFE préfPre EUA, tandis que les Mexicains ou les Chiliens hésitent entre EEUU et EE. UU. Choisir, dans ce cas, relPve de la loterie. Une solution, suggérée par un ami, serait de renoncer B traduire la sigle anglaise, et d’en faire dériver le nom des habitants, qui deviendraient Usaméricains, ce qui rPglerait tout. Mais le poids politique planétaire du pays en question ne permet pas de s’en tenir lB ; tous ces atermoiements ou divergences soulignent le rapport conflictuel que nous entretenons, nous gens de la périphérie, avec cette nation qui depuis le début du XXPme siPcle s’est arrogé le rôle gendarme universel.

Reprenons notre bon Lacan, pour qui il n’y a pas de hasard, s’agissant des mots : s’il était vrai que nous sommes ce que nous dicte le nom que nous portons, certains patronymes trPs chargés de sens imprimeraient leur caractPre au porteur. Ainsi par exemple Fidel Castro reste « fidPle » B certains postulats qui le bloquent, le retiennent de tout déviationnisme ; son nom de famille, qui vient du latin castrum (camp, fortification) me rappelle le temps du lycée, oj nous traduisions de longs extraits de la Guerre des Gaules de Jules César. Je suppose qu’on le lui aura déjB fait remarquer : pour moi c’est lB une évidence : le dirigeant cubain était prédestiné B devenir un soldat inflexible, (« castrense », dirions-nous en espagnol), ses études initiales d’avocat ne furent qu’un détour passager.

Autre exemple, trPs amusant. Jacques Chirac fit installer des cabinets d’aisance pour les piétons de Paris quand il en était maire. C’était des édicules assez luxueux, on y accédait moyennant quelque menue monnaie. Aurait-il obéi lB inconsciemment B la prédestination par son nom, comme les Français l’entendirent aussitôt, en répandant le slogan humoristique, né de la rue : « Avec Chirac, tu chies et tu raques » ?

Et combien d’ingénieurs des Ponts et Chaussées qui s’appellent Dupont… Selon Lacan, tout cela ne relPve pas seulement du hasard… Et voilB pourquoi, le pays qui s’auto-dénomme l’Amérique a peut-Ltre bien un ADN spécifique, au cÉur de ses chromosomes d’État, de prédateur et d’oppresseur : aprPs avoir dépouillé ses voisins d’un nom qui était B tous, voilB qu’il nous impose sa langue mercantiliste, celle de son industrie du spectacle, celle de ses multinationales, de gré ou de force….

Qui aurait dit B saint Jean que le dieu de fiction de son évangile, dont la métaphore était le Verbe, prendrait vie des siPcles plus tard, prendrait le nom du continent oj il se situe, et depuis le bureau « ovale » d’une maison peinte en blanc, telle une métaphore embryonnaire de l’Éuf fondateur, créerait un nouvel ordre mondial, et le mettrait B son service au moyen du contrôle des télécommunications et de la propagande, je veux dire, des mots, du verbe et du verbiage ? 


Manuel Talens, écrivain espagnol; version anglaise parue le 12 janvier 2006 dans Axis of Logic, traduite de l’espagnol par l’auteur et revue par Nancy Almendras; version espagnole de l'auteur parue el 13 janvier 2006 dans Rebelión; version italienne de Davide  Bocchi parue le 13 janvier 2006 dans le blog Mirumir (cette version françaisede Maria Poumier parue le 19 janvier 2006 dans Quibla; tous sont membres de Tlaxcala, le réseau de traducteurs pour la diversité linguistique (transtlaxcala@yahoo.com).

Printer friendly page Print This
If you appreciated this article, please consider making a donation to Axis of Logic. We do not use commercial advertising or corporate funding. We depend solely upon you, the reader, to continue providing quality news and opinion on world affairs.Donate here




World News
AxisofLogic.com© 2003-2015
Fair Use Notice  |   Axis Mission  |  About us  |   Letters/Articles to Editor  | Article Submissions |   Subscribe to Ezine   | RSS Feed  |